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lunes, 2 de noviembre de 2009

John Carpenter´s "Halloween" (1978)

Allá por el año 1978, millones de espectadores participaban de algo que solo muchos años después se pudo entender su verdadera magnitud. Cómo una idea, un concepto, uno más, de esa década increíble, única e irrepetible, llena de creatividad retorcida como fueron los ’70, daba inicio a uno de los eventos más significativos del cine contemporáneo. En general, el cine ha influido notoriamente en la cultura contemporánea, pero entre los iconos más significativos de esta influencia, pocas películas estarán a la altura de “Halloween”.

Primer película del cine de Slayer, tiene su abuela en Alfred Hitchcock´s “Psycho” (1960) y su madre en Tobe Hooper´s “The Texas Chain Saw Massacre” (1974). Brillantemente dirigida por John Carpenter, cada uno de los elementos del filme, años más tarde, se han convertido en el decálogo de todo un subgénero que, por más de 20 años, nadie se ha atrevido a salir de sus enseñanzas.

Todo empieza con una pareja de adolescentes remoloneando en el sillón del living de su casa. Vemos la escena desde los ojos de alguien absorto en la situación. La pareja sube a su habitación, los seguimos, lentamente, desde el exterior de la casa, ventana a ventana. Conocemos la casa, entramos por la puerta trasera. En la cocina tomamos un cuchillo, lo miramos detenidamente y consideramos que es lo suficientemente grande. Vemos salir al novio de la chica, que aun está en su habitación. Esperamos. Subimos las escaleras, peldaño a peldaño, sin ansiedad ni apuro. Nos topamos con una máscara en el piso, decidimos usarla, vemos únicamente a través del hueco de sus ojos, pero es suficiente. Pasamos a la habitación de la chica que esta desnuda y absorta en sus pensamientos. Nos escucha, se voltea, nos ve, nos reconoce, grita… Escuchamos la hoja del cuchillo clavándose una y otra vez en su pecho, miramos su rostro desencajado de dolor, miramos la hoja de la cuchilla completamente ensangrentada, vemos el mecánico ejercicio de la hoja clavándose una y otra vez en el pecho de la chica que nos ha reconocido. Sin vida, vemos su cuerpo caer al piso. Salimos de la casa.

Nuestros padres, horrorizados, nos ven salir, nos llamamos Michael Myers, tenemos 6 años y acabamos de apuñalar a nuestra hermana mayor.

Esta secuencia es un brillante ejemplo de cómo la conjunción de una idea renovadora, un argumento original y la brillantez técnica de un director que tuvo la lucidez de hacernos cómplices del propio asesino, de participar de su experiencia, en una secuencia sin cortes de cinco minutos, crean algo que es imborrable, que desde el momento en que lo vemos, pasa a formar parte de nuestra imaginería: el cuchillo de Norman Bates cayendo una y otra vez sobre su víctima en la bañera de “Psycho”; Alien en todas sus etapas evolutivas: el huevo, el embrión estallando el pecho de su anfitrión, el Alien adulto superviviente perfecto; la aleta de Tiburón, asediando una tranquila playa turística, y los increíbles Zombies de George A. Romero: desgarrando y devorando la carne de sus víctimas, la niña zombie comiéndose a su propio padre y matando a su madre clavándole incansablemente una espátula una y otra vez en el pecho.

De una manera o de otra, todos hemos visto “Halloween”. Es incalculable la cantidad de películas que inspiró: sea copias baratas, realizaciones Clase B, grandes producciones de Hollywood, cine de otras nacionalidades, sátiras, comedias, y un incansable etcétera que sigue creciendo día a día. A hoy, reseñar la película no tendría ningún sentido: hablar de un corpulento asesino de adolescentes promiscuas en la noche de Halloween, enmascarado, armado con un cuchillo desproporcionadamente grande, de pocas palabras y respiración pesada, es una obviedad que no despertaría el interés de nadie.

Pero el interés está en pensar que una película, una idea, realizada con un presupuesto mínimo por un realizador novato, supo abrirse camino de la manera que lo hizo en nuestra cultura contemporánea y ser parte de las leyendas urbanas de cualquier nacionalidad, siendo un éxito de taquilla internacional, desde su estreno, hasta el día de hoy, en la forma de secuelas e interminables variantes y repeticiones. Destacando además que no solo su original idea fue lo que hizo inmortal esta película, sino que John Carpenter supo realizar un filme impecable, recurriendo a la mínima expresión de Gore, con una violencia perfectamente utilizada, sin derramar una gota de sangre más de la necesaria, con un suspenso agotador, constante, absorbente, utilizando brillantemente los fondos, mostrándonos lo que los protagonistas no pueden ver, haciéndonos cómplices del asesino, y en muchos casos, obligándonos a compartir su punto de vista.

Por una hora y media de proyección, Carpenter juega con nosotros: por momentos somos Michael Myers, nos interesamos por sus víctimas al igual que él y esperamos a su lado, luego pasamos a ser sus cómplices, compartiendo el asiento de su auto mientras lentamente seguimos a nuestra próxima presa, y en otros casos asistimos a la suerte de alguna de sus víctimas sin poder hacer más que ver lo que ellas no pueden ver, queriendo avisarles que detrás de ellos esta el asesino esperando plácidamente detrás del portal.

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